lunes, 4 de febrero de 2013

INOLVIDABLES: LAS TORRES DE NUREMBERG - Incluye "La cápsula de fusil"

Habitualmente se espera que una persona aprenda a leer en algún momento de su primer curso de escuela primaria, más o menos a los seis años de edad. A veces esta habilidad tarda un poco en desarrollarse, y a veces surge antes de lo previsto. Yo aprendí a leer bastante antes de ir a la escuela, y entre tantas lecturas de diarios y revistas (por el puro placer de ejercitar  la novedosa habilidad adquirida), recuerdo con mucho cariño un libro que en aquellos años estimuló mi imaginación y conmovió mis sentimientos. Como podrán adivinar, su título le da nombre a este post.
Su autor fue José Sebastián Tallon, quien vivió en Buenos Aires desde su nacimiento en 1904 hasta su fallecimiento en 1954. Desde joven se dedicó a la literatura para niños, y Las Torres de Nuremberg supone su obra cumbre, donde reúne poemas, adivinanzas, juegos de palabras e historias de lo más diversas. En sus páginas se deslizan palabras simples y alegres, que se entremezclan con otras menos coloridas. Allí hay cabida no solo para la risa y el juego, sino también para la reflexión, la ternura, el asombro y una especie de dulce melancolía, que no puede más que enriquecer el mundo infantil.
Las Torres de Nuremberg se publicó en 1927. Algunos de sus personajes son conocidos por muchos aún hoy, otros seguramente son grandes desconocidos. Considero altamente recomendable leer este libro, sin importar la edad que se tenga.

Les dejo uno de los textos que componen esta obra.


LA CÁPSULA DE FUSIL

Abdón, el cazador, alzó el gatillo,
apuntó sobre el árbol, hizo fuego,
se escapó de la cápsula un silbido
y un poco de humo se perdió en el viento.
Y cayeron tres pájaros. Piadoso,
torció el gañote al que no estaba muerto,
los metió en una red que puso al hombro,
y se dejó llevar por el sendero.
Limpió entonces la cápsula vacía,
se la arrimó a los labios, sopló luego,
y una nota de flauta, tristemente,
se enroscó, como un nido, en el árbol desierto.
Después, pensaba Abdón: "¡Qué maravilla!
¿Qué le has dado, gran Dios, a mi instrumento,
que con tibia caricia me resbala
por la espina dorsal, el sentimiento?"
Y era un hilo de sangre que caía
de un pajarito con el pico abierto.

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