lunes, 1 de abril de 2013

SUPLICIO - EL CUERPO DE LOS CONDENADOS (extracto)

De esta forma inicia el primer capítulo del libro "Vigilar y Castigar - nacimiento de la prisión", de Michel Foucault. Es material de lectura obligatoria en mi carrera. La primera vez que lo leí me impresionó mucho, y quiero compartirlo con ustedes. 


Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública retractación ante la puerta principal
de la Iglesia de París", adonde debía ser "llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa,
con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano"; después, "en dicha carreta, a la
plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las
tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió
dicho parricidio,1 quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo
derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a
continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco
consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento".

"Finalmente, se le descuartizó, refiere la Gazette d'Amsterdam. Esta última operación fue muy larga,
porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de
cuatro, hubo que poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del
desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas. . .
"Aseguran que aunque siempre fue un gran maldiciente, no dejó escapar blasfemia alguna; tan
sólo los extremados dolores le hacían proferir horribles gritos y a menudo repetía: 'Dios mío, tened
piedad de mí; Jesús, socorredme.' Todos los espectadores quedaron edificados de la solicitud del
párroco de Saint-Paul, que a pesar de su avanzada edad, no dejaba pasar momento alguno sin
consolar al paciente."
Y el exento  Bouton: "Se encendió el azufre, pero el fuego era tan pobre que sólo la piel de la parte
superior de la mano quedó no más que un poco dañada. A continuación, un ayudante,
arremangado por encima de los codos, tomó unas tenazas de acero hechas para el caso, largas de
un pie y medio aproximadamente, y le atenaceó primero la pantorrilla de la pierna derecha,
después (12) el muslo, de ahí pasó a las dos mollas del brazo derecho, y a continuación a las
tetillas. A este oficial, aunque fuerte y robusto, le costó mucho trabajo arrancar los trozos de carne
que tomaba con las tenazas dos y tres veces del mismo lado, retorciendo, y lo que sacaba en cada
porción dejaba una llaga del tamaño de un escudo de seis libras.
"Después de estos atenaceamientos, Damiens, que gritaba mucho aunque sin maldecir, levantaba
la cabeza y se miraba. El mismo atenaceador tomó con una cuchara de hierro del caldero mezcla
hirviendo, la cual vertió en abundancia sobre cada llaga. A continuación, ataron con soguillas las
cuerdas destinadas al tiro de los caballos, y después se amarraron aquéllas a cada miembro a lo largo de los muslos, piernas y brazos.
"El señor Le Bretón, escribano, se acercó repetidas veces al reo para preguntarle si no tenía algo
que decir. Dijo que no; gritaba como representan a los condenados, que no hay cómo se diga, a
cada tormento: '¡Perdón, Dios mío! Perdón, Señor.' A pesar de todos los sufrimientos dichos,
levantaba de cuando en cuando la cabeza y se miraba valientemente. Las sogas, tan apretadas por
los hombres que tiraban de los cabos, le hacían sufrir dolores indecibles. El señor Le Bretón se le
volvió a acercar y le preguntó si no quería decir nada; dijo que no. Unos cuantos confesores se
acercaron y le hablaron buen rato. Besaba de buena voluntad el crucifijo que le presentaban; tendía
los labios y decía siempre: 'Perdón, Señor.'
"Los caballos dieron una arremetida, tirando cada uno de un miembro en derechura, sujeto cada
caballo por un oficial. Un cuarto de hora después, vuelta a empezar, y en fin, tras de varios
intentos, hubo que hacer tirar a los caballos de esta suerte: los del brazo derecho a la cabeza, y los
de los muslos volviéndose del lado de los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las
coyunturas. Estos tirones se repitieron varias veces sin resultado. El reo levantaba la cabeza y se
contemplaba. Fue preciso poner otros dos caballos delante de los amarrados a los muslos, lo cual
hacía seis caballos. Sin resultado.
"En fin, el verdugo Samson marchó a decir al señor Le Bretón que no había medio ni esperanza de
lograr nada, y le pidió que preguntara a los Señores si no querían que lo hiciera cortar en pedazos.
El señor Le Bretón acudió de la ciudad y dio orden de hacer nuevos esfuerzos, lo que se cumplió;
pero los caballos se impacientaron, y uno de los que tiraban de los muslos del supliciado cayó
al suelo. Los confesores volvieron y le hablaron de nuevo. Él les decía (yo lo oí): 'Bésenme, señores.'
Y como el señor cura de Saint-Paul no se decidiera, el señor de Marsilly pasó por debajo de la soga
del brazo izquierdo y fue a besarlo en la frente. Los verdugos se juntaron y Damiens les decía que
no juraran, que desempeñaran su cometido, que él no los recriminaba; les pedía que rogaran a
Dios por él, y recomendaba al párroco de Saint-Paul que rezara por él en la primera misa.
"Después de dos o tres tentativas, el verdugo Samson y el que lo había atenaceado sacaron cada
uno un cuchillo de la bolsa y cortaron los muslos por su unión con el tronco del cuerpo. Los cuatro
caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron tras ellos los muslos, a saber: primero el del
lado derecho, el otro después; luego se hizo lo mismo con los brazos y en el sitio de los hombros y
axilas y en las cuatro partes. Fue preciso cortar las carnes hasta casi el hueso; los caballos, tirando
con todas sus fuerzas, se llevaron el brazo derecho primero, y el otro después.
"Una vez retiradas estas cuatro partes, los confesores bajaron para hablarle; pero su verdugo les
dijo que había muerto, aunque la verdad era que yo veía al hombre agitarse, y la mandíbula
inferior subir y bajar como si hablara. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando
levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros,
desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera dispuesta en el recinto en
línea recta del cadalso; luego el tronco y la totalidad fueron en seguida cubiertos de leños y de
fajina, y prendido el fuego a la paja mezclada con esta madera.
"...En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las
brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media y más de la noche. Los pedazos de carne y el
tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, en cuyo número me contaba yo, así
como mi hijo, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca
de las once.
"Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio
donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil
comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente." 


Para saber más sobre Foucault (y para descargar el libro): 
http://www.facebook.com/pages/Michel-Foucault/157996760977727

http://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=491974844201862&id=157996760977727

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